Transporte Público, tarifa diferencial
Algunas situaciones en las que nos vemos inmiscuidos queriendo o sin querer, nos producen vergüenza y nos plantean dilemas morales –a veces-. Esta es una de las que le puede suceder a cualquiera, dejando un saborcito amargo en la conciencia.
Tomo el bus casi a diario para ir de la casa a la universidad, de la universidad a la oficina y de la oficina a la casa (sí, soy muy juicioso) lo que me ha permitido percatarme de un nuevo fenómeno socio-artístico-económico en Bogotá: ¿cuánto cuesta el pasaje de bus? Como en muchas otras esferas de nuestra linda sociedad tercermundista, depende del marrano.
El fenómeno
De cada cuatro veces que monto en bus (eta) o colectivo, en por lo menos una sube alguien pidiendo que le permitan hacer el recorrido por cuatrocientos, quinientos o seiscientos pesos, cuando el pasaje es de mil (docientos). La situación pasa de ser excepción a ser regla.
Las empresas de servicio público han puesto en lugares visibles de sus vehículos –que en realidad no son suyos, pero esto es harina de otro costal- letreros en los que invitan al pasajero a no pagar el pasaje si ha subido por la puerta de atrás o ‘por un ladito’ de la registradora, asumo que para evitar esta maniobra evasiva de los choferes. El inconveniente, claro, es que la situación es un intercambio de favores y nadie puede ser tan caradura de pedir tarifa reducida y luego no pagarla.
Lo social,…
Reconozco que en mi caso el problema es de incredulidad. Son incontables las personas que prometen a los pasajeros urbanos quitarles tan solo ‘uno o dos minuticos de su apreciado tiempo’, que muy respetuosamente piden disculpas por interrumpir ‘una conversación o un momento de meditación’, o que cuentan historias de largos viajes hechos y por hacer sin un peso en el bolsillo. Los receptores de estos monólogos, que poco varían de un interprete a otro, terminamos sufriendo de callosidades en la conciencia y respondiéndoles con un agresivo ‘Sí claro’ en la mirada.
He llegado a pensar –confieso- si la gente que recurre a la tarifa reducida en realidad la necesita para hacerle el quite a la difícil situación que se vive en esta ciudad, si es un nuevo deporte, o una patraña más de los avivatos.
…lo artístico,…
Esta Bogotá frenética que ha dado cabida en la escena local a las manifestaciones artísticas provenientes de otras regiones del país, y ahora con mayor ímpetu a las que no ostentan pasaporte colombiano, ha sabido moldear en una amalgama digna de todos los aplausos dos expresiones que en los países en vías de desarrollo se funden para convivir en relativa armonía: el arte del buen vivir y el arte del rebusque.
Para ejemplos, de uno y otro, hay poco espacio, pero lo que hoy cuento parece ser más una muestra del sobre-vivir que del buen-vivir capitalino.
Sea como sea, creyéndoles o no, el que paga menos que el común de la gente es ya un ganador, pues convencer a quienes manejan 2.600 metros más cerca de las estrellas de que hoy tampoco hay plata para el bus, requiere de ciertas habilidades histriónicas.
…y lo económico
En economía a quien no paga lo que debe, pues no encuentra incentivos para hacerlo, se le llama freerider (viajero gratis), imagen auditiva que en este caso resulta sorpresivamente adecuada.
Siendo justos, este ejemplo de la malicia capitalina refleja la situación de muchos bogotanos quienes se ven avocados a tomar medidas frente a los problemas que conllevan el creciente costo de vida y la desmejorada relación oferta laboral- salarios.
En lo económico, el reto para quien desee asumir la dirección técnica de esta selección de más de 6 millones de habitantes (incluídos milicianos desmovilizados y desplazados), será ‘rebuscarse’ las herramientas para que los incentivos perdidos aparezcan y alivien de algún modo este triste cuadro.
Tomo el bus casi a diario para ir de la casa a la universidad, de la universidad a la oficina y de la oficina a la casa (sí, soy muy juicioso) lo que me ha permitido percatarme de un nuevo fenómeno socio-artístico-económico en Bogotá: ¿cuánto cuesta el pasaje de bus? Como en muchas otras esferas de nuestra linda sociedad tercermundista, depende del marrano.
El fenómeno
De cada cuatro veces que monto en bus (eta) o colectivo, en por lo menos una sube alguien pidiendo que le permitan hacer el recorrido por cuatrocientos, quinientos o seiscientos pesos, cuando el pasaje es de mil (docientos). La situación pasa de ser excepción a ser regla.
Las empresas de servicio público han puesto en lugares visibles de sus vehículos –que en realidad no son suyos, pero esto es harina de otro costal- letreros en los que invitan al pasajero a no pagar el pasaje si ha subido por la puerta de atrás o ‘por un ladito’ de la registradora, asumo que para evitar esta maniobra evasiva de los choferes. El inconveniente, claro, es que la situación es un intercambio de favores y nadie puede ser tan caradura de pedir tarifa reducida y luego no pagarla.
Lo social,…
Reconozco que en mi caso el problema es de incredulidad. Son incontables las personas que prometen a los pasajeros urbanos quitarles tan solo ‘uno o dos minuticos de su apreciado tiempo’, que muy respetuosamente piden disculpas por interrumpir ‘una conversación o un momento de meditación’, o que cuentan historias de largos viajes hechos y por hacer sin un peso en el bolsillo. Los receptores de estos monólogos, que poco varían de un interprete a otro, terminamos sufriendo de callosidades en la conciencia y respondiéndoles con un agresivo ‘Sí claro’ en la mirada.
He llegado a pensar –confieso- si la gente que recurre a la tarifa reducida en realidad la necesita para hacerle el quite a la difícil situación que se vive en esta ciudad, si es un nuevo deporte, o una patraña más de los avivatos.
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Esta Bogotá frenética que ha dado cabida en la escena local a las manifestaciones artísticas provenientes de otras regiones del país, y ahora con mayor ímpetu a las que no ostentan pasaporte colombiano, ha sabido moldear en una amalgama digna de todos los aplausos dos expresiones que en los países en vías de desarrollo se funden para convivir en relativa armonía: el arte del buen vivir y el arte del rebusque.
Para ejemplos, de uno y otro, hay poco espacio, pero lo que hoy cuento parece ser más una muestra del sobre-vivir que del buen-vivir capitalino.
Sea como sea, creyéndoles o no, el que paga menos que el común de la gente es ya un ganador, pues convencer a quienes manejan 2.600 metros más cerca de las estrellas de que hoy tampoco hay plata para el bus, requiere de ciertas habilidades histriónicas.
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1 Comments:
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