¿Quién se ha llevado mi steadycam?
No creo necesario el eterno sufrimiento que le produce a nuestras retinas el carácter documental del cine latinoamericano. He llegado al punto de sentirme tan molesto con la poca limpieza de ciertas producciones, que me veo en la obligación de manifestar mi desacuerdo.
Pregunto, sin ánimo de darle palo a los Gavirias y Marstons, cuál es la necesidad de mostrarse tan renuentes al uso de la steadycam. Este recurso, bastante trajinado ya por la industria del celuloide desde que Garrett Brown lo inventara por allá a mediados de los años 70, le ha permitido a no sé cuantos directores realizar escenas en las que los movimientos felinos de los actores –y del respectivo muchachón que los sigue con su cámara- no necesariamente queden registrados como incontrolables sacudidas en la imagen.
El elemento no tiene mayor complejidad electrónica. Existen varios modelos pero el concepto básico se parece siempre a un chaleco de pescador (un poco más abultado) con una especie de brazo que surge desde la cintura, y en cuya punta se monta la cámara. No me pregunten cuánto cuesta alquilar un aparatejo de estos, al parecer no es un juguete barato, pero para mi que esa plata no le hace ni cosquillas al presupuesto total de una película.
Ahora que entramos a la cuestión del dinero, podrá salir alguno a decir que precisamente lo que se busca con la no utilización de esta herramienta es reflejar la crudeza de la realidad del subcontinente, la cual se alimenta con el frenesí de la supervivencia, la guerra del centavo, la amenaza constante del delito y la presencia de una marcada desigualdad social. Todo eso es cierto e inobjetable, pero: ¿no estamos ya cansados de la repetitiva –casi patológica- representación de nuestra miserable vida sudaca?
Entonces, el airecito de documental está muy bien y logra una emotividad especial cuando la imagen se conjuga diálogos trascendentales y el sonido apropiado. Sin embargo, quisiera ver más producciones como la Gente de la Universal (Colombia), Detrás del Sol (Brasil) o Nueve Reinas (Argentina), en las que drogas, vidas desperdiciadas y putas pueden ser fichas accesorias. Incluso votaría por lograr filmes tan poco eruditos y con historias tan simples como el éxito hollywoodense ‘Cómo perder un hombre en 10 días’, sólo con la condición de utilizar la steadycam.
Bienvenidas las cintas de bajo presupuesto; afortunados nosotros por estar en capacidad de contar historias de una trascendentalidad tan vasta; bendito dios por permitir que existan talentos tan grandes con pasaporte latino, que se lanzan a dibujarle al resto de los mortales una idea de lo que somos por estas latitudes. Pero tenemos que hacer algo con la mentalidad reacia de los directores suramericanos hacia el uso de un invento de la ciencia tan maravilloso.
John Avildsen entendió la utilidad del juguete en 1976 cuando rodó 'Rocky'. ¿Se acuerdan? ¿Protagonizada por ese gran monstruo de habilidades histriónicas insuperables llamado Sylvester Stallone?
Nosotros deberíamos entender.
Se me ocurre que una cruzada en favor de esta súplica no es del todo descabellada, incluso podríamos darnos el lujo de fundar una ONG pro-steadycams en Latinoamérica. Seríamos pioneros.
Pregunto, sin ánimo de darle palo a los Gavirias y Marstons, cuál es la necesidad de mostrarse tan renuentes al uso de la steadycam. Este recurso, bastante trajinado ya por la industria del celuloide desde que Garrett Brown lo inventara por allá a mediados de los años 70, le ha permitido a no sé cuantos directores realizar escenas en las que los movimientos felinos de los actores –y del respectivo muchachón que los sigue con su cámara- no necesariamente queden registrados como incontrolables sacudidas en la imagen.
El elemento no tiene mayor complejidad electrónica. Existen varios modelos pero el concepto básico se parece siempre a un chaleco de pescador (un poco más abultado) con una especie de brazo que surge desde la cintura, y en cuya punta se monta la cámara. No me pregunten cuánto cuesta alquilar un aparatejo de estos, al parecer no es un juguete barato, pero para mi que esa plata no le hace ni cosquillas al presupuesto total de una película.
Ahora que entramos a la cuestión del dinero, podrá salir alguno a decir que precisamente lo que se busca con la no utilización de esta herramienta es reflejar la crudeza de la realidad del subcontinente, la cual se alimenta con el frenesí de la supervivencia, la guerra del centavo, la amenaza constante del delito y la presencia de una marcada desigualdad social. Todo eso es cierto e inobjetable, pero: ¿no estamos ya cansados de la repetitiva –casi patológica- representación de nuestra miserable vida sudaca?
Entonces, el airecito de documental está muy bien y logra una emotividad especial cuando la imagen se conjuga diálogos trascendentales y el sonido apropiado. Sin embargo, quisiera ver más producciones como la Gente de la Universal (Colombia), Detrás del Sol (Brasil) o Nueve Reinas (Argentina), en las que drogas, vidas desperdiciadas y putas pueden ser fichas accesorias. Incluso votaría por lograr filmes tan poco eruditos y con historias tan simples como el éxito hollywoodense ‘Cómo perder un hombre en 10 días’, sólo con la condición de utilizar la steadycam.
Bienvenidas las cintas de bajo presupuesto; afortunados nosotros por estar en capacidad de contar historias de una trascendentalidad tan vasta; bendito dios por permitir que existan talentos tan grandes con pasaporte latino, que se lanzan a dibujarle al resto de los mortales una idea de lo que somos por estas latitudes. Pero tenemos que hacer algo con la mentalidad reacia de los directores suramericanos hacia el uso de un invento de la ciencia tan maravilloso.
John Avildsen entendió la utilidad del juguete en 1976 cuando rodó 'Rocky'. ¿Se acuerdan? ¿Protagonizada por ese gran monstruo de habilidades histriónicas insuperables llamado Sylvester Stallone?
Nosotros deberíamos entender.
Se me ocurre que una cruzada en favor de esta súplica no es del todo descabellada, incluso podríamos darnos el lujo de fundar una ONG pro-steadycams en Latinoamérica. Seríamos pioneros.
2 Comments:
Bossa Nova de Brasil es casi tan entretenida como cualquiera de Hugh Grant, pero lo mejor de todo es que TIENE iluminación. No me sorprendo que Rodrigo D no tenga futuro, dado que el tipo necesita un radar de murciélago para andar por una que supuestamente es la ciudad de la eterna primavera pero es más oscura que ciudad gótica. Sí, perfecta la descripción del cuasidocumental. Es que nuestro cine parece le proyecto de la bruja blair pero en el cartucho. ¡Me uno!
JuanP: Esa es buena y O Homem Nú también saca la cara por Brasil. A mi me pareció bien divertida. Me reí mucho con lo de Rodrigo D. Se le aprecia.
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