viernes, julio 22, 2005

El último día de verano

Esto le pasa a todo el mundo. Uno va a comprar chucherías en el mercado de las pulgas, y al final del recorrido, ya sin un chelín en el bolsillo, se tropieza con la mona más difícil del álbum; la que realmente vale la pena y cuesta casi lo mismo que todo cuanto llevamos en el talego.

También ocurre que la vida nos ofrezca empleos gratificantes, viajes inolvidables, entradas VIP a eventos únicos, carros a nuestra medida y otros cuantos etcéteras, justo cuando no podemos aceptarlos. De esto doy fe.

De igual forma, cuando las calurosas vacaciones en el trópico están por terminar, aparece la doble de Marisa Tomei enteramente dispuesta a enamorarse luego de una partida de strip poker. Sí, en el último maldito día de verano.

A lo que voy con las líneas anteriores es a que no creo probable disfrutar de las cosas ni de las personas adecuadas el tiempo justo. Llámenlo falta de timing o de suerte, el nombre es irrelevante. Lo que quisiera saber es la razón por la que esto sucede; y no hablo sólo de amor, los amigos también llegan en trenes retrasados.

Existen personas por ahí con quienes las conversaciones se ramificarían interminablemente, logrando incluso la difícil tarea de no repetir temas entre un café y otro. El problema radica en que podemos haberles pasado por el lado más de diez veces sin darnos cuenta, o en el mejor de los casos, cuando la virgen santísima ha estado de nuestro lado, llegar a conocerlas y enterarnos que el número de encuentros futuros tiene solo una cifra.

En fin, sin sufrimiento.

Lo fantástico de estos personajes ocurre cuando se empecinan, sin siquiera saberlo, en explicar la importancia para la vida cotidiana de términos como ‘simbiosis’, palabreja de común desuso por estos días. Nuestra compañía va con los días contados, pero pareciera que a ellos eso los tiene sin cuidado; ir al frente resulta el más entretenido de los juegos, la satisfacción mejor.

Mágicamente, aparecen en la ruta compañeros de viaje que comparten nuestra idea de diversión, tienen apreciaciones bien similares sobre este mundo atiborrado de detestables criaturas, y lo mejor de todo, cuando se les dice que las cosas pueden ser de otro color, mueven la cabeza y sonríen asintiendo, sin palabras.

Eso justamente, debe llevarnos a dejar de ser tan quejetas y aprovechar a quienes nos producen tanta felicidad. Quizás nunca logremos recuperar el saldo en rojo del tiempo que perderemos alejados de ciertas personas, tal vez estemos condenados a vivir ad infinitum la amarga felicidad del último día de verano.

Pero creo que cuando nos estemos acostumbrando a ese sabor, debemos recordar lo patético que resulta llorar sobre la leche derramada.

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Si los dioses, todos, existieran y pudieran ponerse de acuerdo, seguro estarían de tu lado.