miércoles, mayo 03, 2006

Gusto en conocerte

Yo no pensaba siquiera en mirarla tan acuciosamente. Es más, un espectador con el suficiente criterio se habría percatado de mi distracción desde el primer momento, pero como aquello que no se aclara en un comienzo debe quedarse así nomás, pues, nada que hacer.

Otra de esas causalidades de las que hablé alguna vez le permitió a ella poner su carro blanco (creo) del otro lado del separador, justo cuando el mío aguardaba el cambio de luz.

Para ser sincero, los dos supimos casi al mismo tiempo que la miraba, y quizás eso fue lo que más nos gustó. Entonces yo, ya consciente de que queríamos continuar ese tonto juego incidental, seguí en lo mío pidiéndole a cuanto santo recordé un compás de espera antes de que se marcara el verde final de nuestro encuentro.

Al comienzo no entendí bien si ella quiso mostrarse recia y decidida ante mis ojos, con actitud de conductora implacable, o si aceptó mi coqueteo y actuó en reciprocidad desde el mismísimo principio. Creo recordar una pequeña sonrisa (suya) justo en el momento en que alguno de los dos debió decir algo así como ‘te amo’.

Todo quedó ahí. Inacabado. Tal y como ocurre siempre con los amoríos de semáforo.