miércoles, diciembre 27, 2006

Ráfagas

Recuerdo las escenas con claridad. Él con las manos abiertas, tiznadas por el carbón, tratando de contener con actitud conciliadora a la muchedumbre que pasaba por su lado empujándolo.

-Deteneos. Tened actitud cauta en estos momentos de incertidumbre. Dejad que las brasas hagan su trabajo.

Y como siempre, puso sus viseras en cada instante de manera que no quedara duda de su apasionamiento por la nueva empresa iniciada.

Luego de que el fuego se hubo apagado y la ciudad volvía a la normalidad nos sentamos a recapitular. Le comenté mi percepción sobre el asunto, de cómo entre sus ráfagas siempre se camuflaba una bala que surtiría ese efecto, generando la consecuente satisfacción en el corazón (o en el alma).

También entendí que su Némesis lleveba los cartuchos contados, lanzándolos con absoluta premeditación y acertando con alguna frecuencia. En ese momento, la mayor diferencia entre ellos dos fue más evidente que siempre y pareció el descubrimiento de un nuevo continente hundido.

Le hice entender, además, que en este caso todos sus malditos tiros habían sido certeros. Trincamos nuestras copas entre carcajadas mientras yo le daba palmadas en la espalda y lo bautizaba como el Rey del Estrépito, bendiciéndolo con una buena dosis de Jack Daniels.

Al terminar nuestros parlamentos etílicos me descubrí parado en un taburete hablando a gritos, lo cual resultaba una escenografía hiriente para Su Majestad, quien tenía puesta una de sus viejas camisas de lino.

-Hay que actuar -dijo levantándose.

-Me refiero a la acción y no a la actuación -fue la aclaración mientras salía del bar y acomodaba torpemente su sombrero, viéndose de refilón en el espejo junto a la puerta.

-Los sentimientos son necesarios, pero si nunca salen de la estantería no sirven de nada; lo sabemos usted y yo -repliqué sosteniendo en mi mano el que habría de ser mi penúltimo bourbon de la noche.

miércoles, diciembre 13, 2006

Por poco

Quisiera tener la sensatez necesaria para evitar las posiciones radicales y estar en capacidad de escribir algo medianamente objetivo. Pero resulta que aunque la muerte del dictador no me alegra, sí siento un fresquito.

El obstáculo para alcanzar el total gozo, hoy, es la imposibilidad de darle su buen merecido a fulanos como este, ayer.